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Maqueta 1:5 (en construcción)
Desprovisto de alas: no vuela; sin ventanillas: no permite saber que ocurre afuera.
Foto: J.C.Payeras
Foto: J.C.Payeras
Eucalipto, caldén, hierro, rejunte de muñecos.
Foto: J.C.Payeras
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Foto: J.C.Payeras
Foto: J.C.Payeras
Con el pretexto de plantear mi "Teoría de la Multilaminidad", he abierto este blog para gozo personal. De todos modos, disponible para quienes se aventuren a visitarlo. A ellos entonces: ¡Suerte, buen provecho y mejor estadía!
Archivo del blog
Datos personales
- Ingeniero Gómez Orlando Andrés
- (Filósofo, escritor, ex modelo para fijadores de cabellos L`Oréal de París)............... Actualmente soy convicto, desde octubre del 2002 -por un crimen que no cometí-, en Enkhurdaestán Penitentiary. Me permiten este blog en consideración a mi antigua y terminada amistad con Jalil Salim, Príncipe Regente de Mongorovia. Para más datos adquiera Coronicas Confusas en Librería Fahrenheit (Sta. Rosa) o Veterinaria "Carro Quemado" (Depto. Loventué).
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Sin solemnidad
La secretaria anunció: "Licenciado, la Sra. Mercante lo aguarda. Tiene cita. ¿La puede atender?"
-Sí, hágala pasar.
La mujer ingresó al despacho, vestía talleur verde claro con grandes botones nacarados de un verde algo más subido de tono y pollera sobre la rodilla. Pequeñas arrugas se insinuaban en los extremos de sus ojos. Apretaba en su mano izquierda un sobre de cuero blanco, levemente ajado.
Adelantó un paso largo y extendió la mano mientras sonreía.
-Mucho gusto; mi nombre es Marina. Por favor, sin solemnidad; llámeme por mi nombre...
-Sí, hágala pasar.
La mujer ingresó al despacho, vestía talleur verde claro con grandes botones nacarados de un verde algo más subido de tono y pollera sobre la rodilla. Pequeñas arrugas se insinuaban en los extremos de sus ojos. Apretaba en su mano izquierda un sobre de cuero blanco, levemente ajado.
Adelantó un paso largo y extendió la mano mientras sonreía.
-Mucho gusto; mi nombre es Marina. Por favor, sin solemnidad; llámeme por mi nombre...
Moteros XR 250 Tornado
Scammell Pioneer SV2
Aforismos inéditos de Joaquín Ortellado
"El matrimonio es la única cárcel de la que se sale por mala conducta".
Scammell Pioneer SV2
Maqueta 1:5 (en construcción)
¡Benigno!
A un señor le estrajeron ese feo grano, vía quirúrgica. Mandan a analizar al señor. A los pocos días se presenta la sonrisa del médico; le dice al grano: “¡Benigno!”
El "Limavictor-güisquipapamaick"
Desprovisto de alas: no vuela; sin ventanillas: no permite saber que ocurre afuera.
Plácido Domingo Díaz
Plácido Domingo se calienta al sol del mediodía en un rincón reparado, en cualquier día triste y gris de una Santa Rosa otoñal. Hubiese dicho: París, para que resultara más romántico y elegante. Pero es acá nomás, a la vuelta.
Él vegeta en el asilo de ancianos, inmóvil, con los ojos turbios, perdidos. Se ha convertido en una cosa que llevan de aquí para allá; tal vez, hasta desconozca que en este lugar, en esta silla de ruedas, espera la muerte, que por otra parte se niega a venir.
Plácido Domingo tiene ciento tres años; que podrían ser y cuatro, porque en la antigüedad los niños nacidos en el campo, alejados de los centros urbanos, eran anotados por sus padres ocupados, tardíamente en el registro civil.
Dieciocho hijos y dos entenados había criado el señor con su esposa Etelvina. A doce vió morir. Luego enviudó, se volvió a casar, volvió a engendrar. Perdió la cuenta de sus nietos en el número cuarenta y siete. Debería tener bisnietos, pero no lo visitaban, porque, claro, ya son parientes lejanos.
Einrich Van Genutchen y su Sra. Frida son ciudadanos holandeses acaudalados; hace unos pocos años adquirieron un predio de campo en la zona de "El Durazno"-"Carro Quemado". Einrich gusta de la caza del ciervo colorado, de la naturaleza y de traer amigos para compartir horas felices. Ellos pasan parte del verano y del otoño, luego regresan a sus quehaceres en Holanda. Se sienten bien entre estos latinoamericanos desordenados, un poco indolentes pero afectuosos, y quieren agradecer la hospitalidad con obras de bien. La esposa considera que emitir un cheque, es facilista y a tal acción deberían acompañarla con una presencia humana y comprometida; por esa razón determinan una serie de visitas a distintos lugares.
En una de las expediciones benéficas, llegan hasta el geriátrico donde es hospedado Plácido Domingo. En medio de la recorrida, Frida encuentra al anciano; por un mecanismo desconocido, lo relaciona con su padre y le sobreviene una inmensa conmiceración.
Para esto, Plácido, no escucha ni se mueve, pero esboza ante la mujer, una dulce sonrisa.
-Einrich, debemos mejorar la vida de este pobre hombre-dice Frida en idioma natal, inundados en lágrimas sus ojos.
Al día siguiente, Plácido es enviado en avión ambulancia, acompañada por la hermana de convento Angustias Didas, con destino al Hospital Holandés, de Buenos Aires.
Van Genutchen, mientras tanto, por intermedio de su embajada, solicita medicinas, e involucra a organismos específicos para la recuperación de Plácido Domingo.
Demostrada la sordera, el primer implante es un audífono de alta tecnología, que se inserta a través de una pequeña insición, bajo el cuero cabelludo del anciano.
Al conectarlo, Plácido logra escuchar su entorno después de varios años de zumbidos continuos. Una sonrisa paradisíaca se le dibuja en su carita.
El marcapasos de última generación contribuye a su recuperación. Los implantes mecánicos de titanio en caderas y rodillas hacen que regrese a su condición de Homo erectus y pueda caminar. Pero el transplante de corneas es quizás el más drámatico; cuando Plácido se da cuenta que recobró la vista, comienza a saltar y a exclamar: ¡Veo! ¡Veo! ¡Puedo ver! ¡Gracias a Dios puedo ver! mientras brinca sobre sus ahora renovadas extremidades.
-Tenga cuidado, no se valla a quebrar-dice entre risas, Sor Didas. Sin embargo, las piernas del anciano responden con precisión elástica.
Luego mira redescubriendo los objetos de su habitación e incluso se arrodilla para escudriñar el suelo.
-¡Una pelusa! ¡Una pelusa!-dice sin caber en su alegría.
Luego, llega el tratamiento medicamentoso a base de hormonas, vitaminas, antioxidantes, oligoelementos y unas cuantas substancias más, todas importadas de Europa.
Con los químicos ingerido e inyectados, los cambios físicos operados en Plácido, en solo dos meses transcurridos, son más que asombrosos; parece obra del divino. Simultáneamente se le practica cirugía estética y repara la epidermis con poderosas cremas revitalizantes. Este hombre, ahora, denota solo sesenta años, pero con una vitalidad que más de uno de cuarenta quisiera tener.
El matrimonio Van Genutchen a poco de viajar a Holanda, pasa de visita por el hospital antes del alta; Plácido, agradecidísimo, besa las manos de sus benefactores y los despide, emocionado. Einrich deposita una pequeña suma de dinero en cuenta corriente a nombre de nuestro paisano, que paradójicamente, es un hombre sin pasado; de su vida anterior, por fuerza de la senectud, no recuerda nada.
Increíble pero real, Plácido Domingo no solo tiene el cuerpo flexible, sinó que su mente también está rápida y clara.
En buenos Aires es noticia; cierta intelectualidad lo adopta y cobija. Pronto se puede apreciar una asombrosa virilidad; Plácido empieza a ser requerido no solamente para charlas metafísicas, también para encuentros venéreos. Sus proezas de índole eróticas son comentarios obligado de cuanta reunión se efectúe; gracias a su fama que corre pronto y rápido, es invitado a una fiesta de sexo, drogas y rock and roll. Esa noche entre todo tipo de gente y todo tipo de sexos demuestra sus capacidades. Al llevar en su haber, diez orgasmos exitosos seguidos, se encamina al décimo primero (curiosamente uno por cada década vivida), pero al momento de arrivarlo, su corazón hace: ¡tack! y Plácido Domingo Díaz expira abandonando esta existencia terrenal.
Frida y Einrich, me parece que invirtieron mal.
Marcos 8:23/25
El ciego de Betsaida
Entonces, tomó la mano del ciego, y lo sacó fuera de la aldea. Puso saliva en sus ojos, colocó las manos encima, y le preguntó si veía algo.
Él, mirando dijo: "Veo hombres que parecen árboles que andan".
Puso otra vez las manos sobre sus ojos, y le dijo que mirase. Y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.
La diosa Eos (la aurora), se había enamorado de un joven muy bello llamado Titono. Lo había secuestrado y pedido a Zeus que le concediera la inmortalidad porque no podía vivir sin él. Zeus se la había concedido, con una sonrisa irónica. El joven Titono arribó al palacio de Eos en el Olimpo con el privilegio de no morir jamás, pero al cabo de cierto tiempo se había vuelto un anciano. A los ciento cincuenta o doscientos años, apergaminado como un insecto, no podía hablar ni moverse, ni comer. Era un espectro viviente.
Cita: "Érase una vez..." (Jean-Pierre Vernant)
Él vegeta en el asilo de ancianos, inmóvil, con los ojos turbios, perdidos. Se ha convertido en una cosa que llevan de aquí para allá; tal vez, hasta desconozca que en este lugar, en esta silla de ruedas, espera la muerte, que por otra parte se niega a venir.
Plácido Domingo tiene ciento tres años; que podrían ser y cuatro, porque en la antigüedad los niños nacidos en el campo, alejados de los centros urbanos, eran anotados por sus padres ocupados, tardíamente en el registro civil.
Dieciocho hijos y dos entenados había criado el señor con su esposa Etelvina. A doce vió morir. Luego enviudó, se volvió a casar, volvió a engendrar. Perdió la cuenta de sus nietos en el número cuarenta y siete. Debería tener bisnietos, pero no lo visitaban, porque, claro, ya son parientes lejanos.
Einrich Van Genutchen y su Sra. Frida son ciudadanos holandeses acaudalados; hace unos pocos años adquirieron un predio de campo en la zona de "El Durazno"-"Carro Quemado". Einrich gusta de la caza del ciervo colorado, de la naturaleza y de traer amigos para compartir horas felices. Ellos pasan parte del verano y del otoño, luego regresan a sus quehaceres en Holanda. Se sienten bien entre estos latinoamericanos desordenados, un poco indolentes pero afectuosos, y quieren agradecer la hospitalidad con obras de bien. La esposa considera que emitir un cheque, es facilista y a tal acción deberían acompañarla con una presencia humana y comprometida; por esa razón determinan una serie de visitas a distintos lugares.
En una de las expediciones benéficas, llegan hasta el geriátrico donde es hospedado Plácido Domingo. En medio de la recorrida, Frida encuentra al anciano; por un mecanismo desconocido, lo relaciona con su padre y le sobreviene una inmensa conmiceración.
Para esto, Plácido, no escucha ni se mueve, pero esboza ante la mujer, una dulce sonrisa.
-Einrich, debemos mejorar la vida de este pobre hombre-dice Frida en idioma natal, inundados en lágrimas sus ojos.
Al día siguiente, Plácido es enviado en avión ambulancia, acompañada por la hermana de convento Angustias Didas, con destino al Hospital Holandés, de Buenos Aires.
Van Genutchen, mientras tanto, por intermedio de su embajada, solicita medicinas, e involucra a organismos específicos para la recuperación de Plácido Domingo.
Demostrada la sordera, el primer implante es un audífono de alta tecnología, que se inserta a través de una pequeña insición, bajo el cuero cabelludo del anciano.
Al conectarlo, Plácido logra escuchar su entorno después de varios años de zumbidos continuos. Una sonrisa paradisíaca se le dibuja en su carita.
El marcapasos de última generación contribuye a su recuperación. Los implantes mecánicos de titanio en caderas y rodillas hacen que regrese a su condición de Homo erectus y pueda caminar. Pero el transplante de corneas es quizás el más drámatico; cuando Plácido se da cuenta que recobró la vista, comienza a saltar y a exclamar: ¡Veo! ¡Veo! ¡Puedo ver! ¡Gracias a Dios puedo ver! mientras brinca sobre sus ahora renovadas extremidades.
-Tenga cuidado, no se valla a quebrar-dice entre risas, Sor Didas. Sin embargo, las piernas del anciano responden con precisión elástica.
Luego mira redescubriendo los objetos de su habitación e incluso se arrodilla para escudriñar el suelo.
-¡Una pelusa! ¡Una pelusa!-dice sin caber en su alegría.
Luego, llega el tratamiento medicamentoso a base de hormonas, vitaminas, antioxidantes, oligoelementos y unas cuantas substancias más, todas importadas de Europa.
Con los químicos ingerido e inyectados, los cambios físicos operados en Plácido, en solo dos meses transcurridos, son más que asombrosos; parece obra del divino. Simultáneamente se le practica cirugía estética y repara la epidermis con poderosas cremas revitalizantes. Este hombre, ahora, denota solo sesenta años, pero con una vitalidad que más de uno de cuarenta quisiera tener.
El matrimonio Van Genutchen a poco de viajar a Holanda, pasa de visita por el hospital antes del alta; Plácido, agradecidísimo, besa las manos de sus benefactores y los despide, emocionado. Einrich deposita una pequeña suma de dinero en cuenta corriente a nombre de nuestro paisano, que paradójicamente, es un hombre sin pasado; de su vida anterior, por fuerza de la senectud, no recuerda nada.
Increíble pero real, Plácido Domingo no solo tiene el cuerpo flexible, sinó que su mente también está rápida y clara.
En buenos Aires es noticia; cierta intelectualidad lo adopta y cobija. Pronto se puede apreciar una asombrosa virilidad; Plácido empieza a ser requerido no solamente para charlas metafísicas, también para encuentros venéreos. Sus proezas de índole eróticas son comentarios obligado de cuanta reunión se efectúe; gracias a su fama que corre pronto y rápido, es invitado a una fiesta de sexo, drogas y rock and roll. Esa noche entre todo tipo de gente y todo tipo de sexos demuestra sus capacidades. Al llevar en su haber, diez orgasmos exitosos seguidos, se encamina al décimo primero (curiosamente uno por cada década vivida), pero al momento de arrivarlo, su corazón hace: ¡tack! y Plácido Domingo Díaz expira abandonando esta existencia terrenal.
Frida y Einrich, me parece que invirtieron mal.
Marcos 8:23/25
El ciego de Betsaida
Entonces, tomó la mano del ciego, y lo sacó fuera de la aldea. Puso saliva en sus ojos, colocó las manos encima, y le preguntó si veía algo.
Él, mirando dijo: "Veo hombres que parecen árboles que andan".
Puso otra vez las manos sobre sus ojos, y le dijo que mirase. Y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.
La diosa Eos (la aurora), se había enamorado de un joven muy bello llamado Titono. Lo había secuestrado y pedido a Zeus que le concediera la inmortalidad porque no podía vivir sin él. Zeus se la había concedido, con una sonrisa irónica. El joven Titono arribó al palacio de Eos en el Olimpo con el privilegio de no morir jamás, pero al cabo de cierto tiempo se había vuelto un anciano. A los ciento cincuenta o doscientos años, apergaminado como un insecto, no podía hablar ni moverse, ni comer. Era un espectro viviente.
Cita: "Érase una vez..." (Jean-Pierre Vernant)
En el paragolpes de un camión:
"De pinta ando escaso, pero de máquina... ¡me paso!"
Alas de bichito de luz
Foto: J.C.Payeras
Sumarísimo
El acusado está sentado con dos guardias a sus lados. Lo sostienen por los brazos con firmeza.
-¡De pie!- ordena el juez.
Los dos guardias lo levantan como si fuera una figura de cartón.
-¿Cómo se declara?-pregunta el juez.
-Inocente- contesta en apenas un hilo de voz.
-¡Culpable!- dicta sentencia mientras martilla el escritorio- ¡Lo condeno a morir en la horca!
El acusado desfallece. Los guardias no lo dejan deslizar. Lo mantienen asido, ciñiendo las mangas de la camisa. El acusado prorrumpe en llanto.
-¡Sea hombre! No llore… ¡Limpiesé los mocos!- el juez.
-¡De pie!- ordena el juez.
Los dos guardias lo levantan como si fuera una figura de cartón.
-¿Cómo se declara?-pregunta el juez.
-Inocente- contesta en apenas un hilo de voz.
-¡Culpable!- dicta sentencia mientras martilla el escritorio- ¡Lo condeno a morir en la horca!
El acusado desfallece. Los guardias no lo dejan deslizar. Lo mantienen asido, ciñiendo las mangas de la camisa. El acusado prorrumpe en llanto.
-¡Sea hombre! No llore… ¡Limpiesé los mocos!- el juez.
De: Escapando a la paternidad
Foto: J.C.Payeras
El "Tecnicom"
Entre el paraje "El Durazno" y el pueblo de Carro Quemado, aseguran la existencia de un animal fantástico difícil de avistar.
Existen pocos testigos oculares y escasas fotografías, borrosas o confusas.
Las personas que dicen haberlo visto, son conocidos vecinos que por "H" o por "V"quedan siempre descalificados ante el resto de los pobladores. Muchas veces han señalado con el dedo y me han dicho-¡Ahí va un tecnicom, ahí va!-pero yo solo he visto un polvaderal lejano.
-Pasa que es muy arisco, anda de noche. De día puede agarrar una huella solitaria y correr a lo loco. Bicho raro este tecnicom-agregan.
-Vé, acá a dormido, mire este fachinal roto y esas pajas aplastadas. Está clarito-dicen convencidos, tratando de convencer.
La intendencia del pueblo y la Universidad Nacional de La Pampa, en mancomunión acordada, importaron a Merriment Soul, científico de prestigio internacional, becado por la autorizada Fundación Guggenheim. Todo un esfuerzo institucional para develar el secreto de este animal que ya se instaló como mito.
Ni bien arribado el becado al aeropuerto, le pusieron de sobrenombre "El Geniol", por su enorme cabeza calva. El tipo era literalmente un bocho, qué digo, un bochazo. Su cerebro debería pesar como cinco quilos. Tenía un doctorado en zoología y otro en mecánica aplicada y diferentes carreras más realizadas. Él permaneció varias semanas instalado en un lujoso hotel, tomó varios wiskhis, algunos champanes, conoció a todas las prostitutas de Santa Rosa y creo que también, uno que otro travesti. Cuando la fundación que pagaba sus gastos se enteró de tal derroche, lo hicieron regresar raudo; buen reto habrá ligado.
Días antes de la súbita despedida, tuve el gusto de hablar con el erudito, quien ensayó ante mí una hipótesis más o menos creíble.
-El organismo de marras, si bien dificil de hallar, presenta características similares, que se han repetido en diversas partes del mundo -dijo y continuó en su desarrollo- Estimo que estamos en presencia del Fugit ignoto, depredador raptor que arrebata aves de corral, corderos, lechones y en estos campos de monte, también piezas cinegéticas. Las toma y raja-y en esa última frase abandonó el lenguaje formal.
-La pecularidad más asombrosa de este espécimen, son sus cuatros extremos que adoptan forma de ruedas.
En la naturaleza los movimientos son alternativos, el músculo está preparado para tal acción, la osatura también. En caso de ocurrir el giro, siempre resulta parcial, nunca completa la revolución. Pero ésta, es la excepción que confirma la regla. El "modus operandis" de este vertebrado de porte mediano, consiste en: levantar una rueda y hacerla rotar unas doscientas veces, luego apoya la preparada y vuelve a repetir el procedimiento con otra y con otra, hasta completar las cuatro.
Posteriormente, con el total de las extremidades en el suelo, el Fugit ignoto o tecnicom (nombre vulgar con el que es denominado localmente), libera sus tendones retorcidos y sale como cañita-remató la alocución de manera imprevista el catedrático.
Nunca más visitó "El Geniol" la zona de El Durazno, eso sí, el tecnicom siguió haciendo de las suyas y nosotros nunca lo pudimos ver.
Existen pocos testigos oculares y escasas fotografías, borrosas o confusas.
Las personas que dicen haberlo visto, son conocidos vecinos que por "H" o por "V"quedan siempre descalificados ante el resto de los pobladores. Muchas veces han señalado con el dedo y me han dicho-¡Ahí va un tecnicom, ahí va!-pero yo solo he visto un polvaderal lejano.
-Pasa que es muy arisco, anda de noche. De día puede agarrar una huella solitaria y correr a lo loco. Bicho raro este tecnicom-agregan.
-Vé, acá a dormido, mire este fachinal roto y esas pajas aplastadas. Está clarito-dicen convencidos, tratando de convencer.
La intendencia del pueblo y la Universidad Nacional de La Pampa, en mancomunión acordada, importaron a Merriment Soul, científico de prestigio internacional, becado por la autorizada Fundación Guggenheim. Todo un esfuerzo institucional para develar el secreto de este animal que ya se instaló como mito.
Ni bien arribado el becado al aeropuerto, le pusieron de sobrenombre "El Geniol", por su enorme cabeza calva. El tipo era literalmente un bocho, qué digo, un bochazo. Su cerebro debería pesar como cinco quilos. Tenía un doctorado en zoología y otro en mecánica aplicada y diferentes carreras más realizadas. Él permaneció varias semanas instalado en un lujoso hotel, tomó varios wiskhis, algunos champanes, conoció a todas las prostitutas de Santa Rosa y creo que también, uno que otro travesti. Cuando la fundación que pagaba sus gastos se enteró de tal derroche, lo hicieron regresar raudo; buen reto habrá ligado.
Días antes de la súbita despedida, tuve el gusto de hablar con el erudito, quien ensayó ante mí una hipótesis más o menos creíble.
-El organismo de marras, si bien dificil de hallar, presenta características similares, que se han repetido en diversas partes del mundo -dijo y continuó en su desarrollo- Estimo que estamos en presencia del Fugit ignoto, depredador raptor que arrebata aves de corral, corderos, lechones y en estos campos de monte, también piezas cinegéticas. Las toma y raja-y en esa última frase abandonó el lenguaje formal.
-La pecularidad más asombrosa de este espécimen, son sus cuatros extremos que adoptan forma de ruedas.
En la naturaleza los movimientos son alternativos, el músculo está preparado para tal acción, la osatura también. En caso de ocurrir el giro, siempre resulta parcial, nunca completa la revolución. Pero ésta, es la excepción que confirma la regla. El "modus operandis" de este vertebrado de porte mediano, consiste en: levantar una rueda y hacerla rotar unas doscientas veces, luego apoya la preparada y vuelve a repetir el procedimiento con otra y con otra, hasta completar las cuatro.
Posteriormente, con el total de las extremidades en el suelo, el Fugit ignoto o tecnicom (nombre vulgar con el que es denominado localmente), libera sus tendones retorcidos y sale como cañita-remató la alocución de manera imprevista el catedrático.
Nunca más visitó "El Geniol" la zona de El Durazno, eso sí, el tecnicom siguió haciendo de las suyas y nosotros nunca lo pudimos ver.
No incluye pilas
Eucalipto, caldén, hierro, rejunte de muñecos.
Naturaleza
Circunda en sereno vuelo el tero y grita: ¡teru! ¡teru! ¡teru!
Todo se pinta de verde primavera en Cerro Grande, también del mejor azul cielo. Cruzan el paisaje, franjas espinudas, violetasmarrones, recién oreadas de neblinas monteras. Entusiastas pájaros cantan contrapuntos. Ya calienta el sol a media mañana. Zumban las avispas, debajo del alero. Morrudos sus aguijones, ácridas e inflamantes las toxinas. Se metieron dos, por el escote de mi camisa grafa; no pude quitarlas, me picaron. ¡La puta qué las parió! ¡Cómo arde! ¡Ah! …¡Ah! …¡Ah! … (mientras, salto de dolor).
Todo se pinta de verde primavera en Cerro Grande, también del mejor azul cielo. Cruzan el paisaje, franjas espinudas, violetasmarrones, recién oreadas de neblinas monteras. Entusiastas pájaros cantan contrapuntos. Ya calienta el sol a media mañana. Zumban las avispas, debajo del alero. Morrudos sus aguijones, ácridas e inflamantes las toxinas. Se metieron dos, por el escote de mi camisa grafa; no pude quitarlas, me picaron. ¡La puta qué las parió! ¡Cómo arde! ¡Ah! …¡Ah! …¡Ah! … (mientras, salto de dolor).
Nueva palabra para la RAE
Silvido: acción y efecto de silvar. Hacer circular aire a gran velocidad entre los labios -hasta emitir sonido-, llamando a Silvia.
De: Lámpara de mano
Foto: J.C.Payeras
El pintor
Era un pintor solitario. Sus familiares habían desaparecido de esta vida terrena, hacía ya, tiempo atrás. Tampoco tenía pareja. Un amor fallido, poblado con desengaños, había transformado a nuestro hombre en un casto ermitaño refugiado en la tibieza de los óleos.
Un día, paleta y pincel en mano, tropezó en el piso de su taller, con tan mala suerte, que el agudo ápice del mango cegó de un ojo.
En un hospital pobre lo atendieron, pero la pobreza allí, fue abandono y suciedad. Una extraña infección se pasó a su otro ojo, el sano, cegándolo también.
Solo, ciego y sin poder pintar, su vasta soledad fue aún más vasta; en una Navidad, cuando todo el mundo es feliz y festeja, se pegó un tiro en la sien.
Moribundo, apenas consiente, su índice tocó el orificio sangriento de la bala.
Y en sistema Braille, un agujero solo es: punto.
Yo decidí en esta ficción que el protagonista fuera pintor; podría haber elegido otras ocupaciones o profesiónes como:
Un Pianista...
Cortarle las manos para que no pudiera tocar, sería cruel; no trágico. Además le queda la posibilidad de componer, de escuchar. No sería tan drástico.
De todos modos, vaya un final:
… se pegó un tiro en la sien. De estar yo ahí, en ese momento, hubiera quedado aturdido, con los oídos zumbando. Un ruido tan estridente, que seguro, no estaría en las octavas de su piano.
Un comerciante que va a la quiebra:
… se pegó un tiro en la sien. Segundos antes habría hecho un balance. Breve e intenso. El último.
Un corredor de bicicletas:
… se pegó un tiro en la sien. Con tan mala suerte que la bala tocó solo algunos terminales nerviosos; no lo mató. Quedó en vida latente. Hoy, en sus sueños comatosos (si los hay), seguro, correrá por caminos tan estrechos, como finas las ruedas de su bicicleta; dejando a derecha, la vida; a izquierda, la muerte.
Probemos un final positivo:
… se pegó un tiro en la sien. Ensangrentado, inconsciente no murió, el mal balazo no entró, rebotó; solo lastimó sin peligro la cabeza. Él creyó morir, no tuvo en cuenta que se desvanecía a causa del golpe originado por el proyectil.
La joven vecina (de la cual el pintor había enloquecido de amor secreto), al escuchar el estruendo, acudió a dar ayuda. Brindó los primeros auxilios.
Él curó rápido con las dulces atenciones; fue un poco más optimista.
Entre los dos se creó el lindo vínculo de la amistad; en una noche de luna llena, ella, con dulces, hermosas palabras entrecortadas, le declaró el amor; le confesó que lo admiraba desde siempre, que por timidez o temor al rechazo había callado.
Luego, se casaron, comieron perdices. ¿Habrán sido felices?
Un día, paleta y pincel en mano, tropezó en el piso de su taller, con tan mala suerte, que el agudo ápice del mango cegó de un ojo.
En un hospital pobre lo atendieron, pero la pobreza allí, fue abandono y suciedad. Una extraña infección se pasó a su otro ojo, el sano, cegándolo también.
Solo, ciego y sin poder pintar, su vasta soledad fue aún más vasta; en una Navidad, cuando todo el mundo es feliz y festeja, se pegó un tiro en la sien.
Moribundo, apenas consiente, su índice tocó el orificio sangriento de la bala.
Y en sistema Braille, un agujero solo es: punto.
Yo decidí en esta ficción que el protagonista fuera pintor; podría haber elegido otras ocupaciones o profesiónes como:
Un Pianista...
Cortarle las manos para que no pudiera tocar, sería cruel; no trágico. Además le queda la posibilidad de componer, de escuchar. No sería tan drástico.
De todos modos, vaya un final:
… se pegó un tiro en la sien. De estar yo ahí, en ese momento, hubiera quedado aturdido, con los oídos zumbando. Un ruido tan estridente, que seguro, no estaría en las octavas de su piano.
Un comerciante que va a la quiebra:
… se pegó un tiro en la sien. Segundos antes habría hecho un balance. Breve e intenso. El último.
Un corredor de bicicletas:
… se pegó un tiro en la sien. Con tan mala suerte que la bala tocó solo algunos terminales nerviosos; no lo mató. Quedó en vida latente. Hoy, en sus sueños comatosos (si los hay), seguro, correrá por caminos tan estrechos, como finas las ruedas de su bicicleta; dejando a derecha, la vida; a izquierda, la muerte.
Probemos un final positivo:
… se pegó un tiro en la sien. Ensangrentado, inconsciente no murió, el mal balazo no entró, rebotó; solo lastimó sin peligro la cabeza. Él creyó morir, no tuvo en cuenta que se desvanecía a causa del golpe originado por el proyectil.
La joven vecina (de la cual el pintor había enloquecido de amor secreto), al escuchar el estruendo, acudió a dar ayuda. Brindó los primeros auxilios.
Él curó rápido con las dulces atenciones; fue un poco más optimista.
Entre los dos se creó el lindo vínculo de la amistad; en una noche de luna llena, ella, con dulces, hermosas palabras entrecortadas, le declaró el amor; le confesó que lo admiraba desde siempre, que por timidez o temor al rechazo había callado.
Luego, se casaron, comieron perdices. ¿Habrán sido felices?
Ojo de dinosaurio
Foto: J.C.Payeras
El acuchillador
Mi mujer está sentada junto a él; la señora de él en segundo plano; yo, descentrado de la escena. Mi mujer tiene puesto un camisón largo, vaporoso (¿pavoroso?); me mira (con cierto desdén); él me mira igual. Impasibles, cómplices los dos (recostados en sus sillas); él tamborilea los dedos de una mano en la mesa. Me pongo de pie. La miro a la otra mujer, a la boluda.
- Estos tienen “algo” ¿te das cuenta?- le digo; ellos me miran desafiantes con caras de desentendidos.
La mujer se asombra; comienza a interrogarlos, perpleja; ni se lo había imaginado.
Yo voy a la cocina. Saco el cubiertero de plástico rosa. Busco un cuchillo; uno común de cocina, el clásico tramontina aserrado. Veo uno bueno, reluciente, afilado. Lo tomo, ¡la reputa! se me cae, se mezcla; estoy muy nervioso. Lo busco de nuevo. Hago ruido al revolver. Comienzo a silbar una canción para tapar el sonido; me sale toda pastosa, mala. No encuentro el cuchillo. Todos rotos, desafilados, sin punta. A un costado, cuchillos de caza, de hoja recia, de buen agarre. Tampoco sirven, el acero muy grueso, romo; los mangos, inexistentes; otra vez hojas rotas. El resto de la vajilla está sumergida en la pileta, sucia por el banquete. Seguro que allá habrá alguno funcional, pero… no quiero revolver en esa mugre que me produce náuseas. Sigo buscando entre los cubiertos. Siento que discuten. Silbo (mal). Disimulo (mal). Nadie me tiene en cuenta. Por fin encuentro un lindo cuchillo de caza. Lo tomo con vigor, la empuñadura me calza en la mano; emprendo el regreso, decidido. Se me da por mirar el extremo; ya no hay acero. Suplanta la hoja: una media rellena de trapos.
- Estos tienen “algo” ¿te das cuenta?- le digo; ellos me miran desafiantes con caras de desentendidos.
La mujer se asombra; comienza a interrogarlos, perpleja; ni se lo había imaginado.
Yo voy a la cocina. Saco el cubiertero de plástico rosa. Busco un cuchillo; uno común de cocina, el clásico tramontina aserrado. Veo uno bueno, reluciente, afilado. Lo tomo, ¡la reputa! se me cae, se mezcla; estoy muy nervioso. Lo busco de nuevo. Hago ruido al revolver. Comienzo a silbar una canción para tapar el sonido; me sale toda pastosa, mala. No encuentro el cuchillo. Todos rotos, desafilados, sin punta. A un costado, cuchillos de caza, de hoja recia, de buen agarre. Tampoco sirven, el acero muy grueso, romo; los mangos, inexistentes; otra vez hojas rotas. El resto de la vajilla está sumergida en la pileta, sucia por el banquete. Seguro que allá habrá alguno funcional, pero… no quiero revolver en esa mugre que me produce náuseas. Sigo buscando entre los cubiertos. Siento que discuten. Silbo (mal). Disimulo (mal). Nadie me tiene en cuenta. Por fin encuentro un lindo cuchillo de caza. Lo tomo con vigor, la empuñadura me calza en la mano; emprendo el regreso, decidido. Se me da por mirar el extremo; ya no hay acero. Suplanta la hoja: una media rellena de trapos.
Bichito de luz
Foto: J.C.Payeras
¡Le costó un huevo!
En una mala (buena) pasada, el toro ensarta al torero, pega el cogotazo, vuela el hombre por los aires. Cae; ensangrentadas las verijas.
Esa corrida le ha costado… ¡un huevo!
Esa corrida le ha costado… ¡un huevo!
Cabeza de mosquito
Foto: J.C.Payeras
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